Desde que tiene uso de razón, Íñigo Muma vive entre sonidos. De pequeño, en el regazo de su madre, ya se cantaba a sí mismo sin saberlo. Hoy, después de años de lucha interna y de seguir caminos ajenos, ha decidido escucharse de verdad: dejar en pausa la universidad y apostar sin miedo por lo que siempre ha querido ser: compositor y pianista.

Para Íñigo, el piano no es un instrumento, sino un espejo. En él encuentra calma, desahogo y sinceridad. Cada nota es una conversación con su yo más profundo, un intento de ordenar lo que el mundo desordena. “Tocar me desestresa, me conecta” dice.

Su música es el punto donde se cruzan la dulzura y la tensión, el silencio y la calma. Inspirado por Falla, Liszt, Ólafur Arnalds, Max Richter o Ludovico Einaudi, Íñigo crea paisajes sonoros donde el alma respira.

En su primer concierto al aire libre, al borde de las murallas de la Ciudadela de Pamplona, una persona lo observó en silencio durante minutos. Ese instante de conexión fue tan intenso que, al irse el espectador, Íñigo sintió que caía de las nubes: tocó las notas equivocadas, pero entendió algo esencial. Esa es la fragilidad que busca en su arte: la verdad emocional sin filtros.

Ahora inicia una nueva etapa. Quiere llevar su piano a parques, calles y rincones naturales de España y Europa, para compartir lo que él llama sinceridad pública: tocar desde lo que uno es, sin máscaras. Porque vivir no es fingir ser fuerte, sino emocionarse por lo que sea, y atreverse a sentirlo.